lunes, 14 de junio de 2010

La muñeca de trapo


Una mañana calurosa cuando el ambiente sofoca y la humedad adhiere la tela delgada del vestido a la piel sudorosa que ni los ventiladores encendidos logran aplacar, me encaminé lenta, respirando con dificultad, el aire caliente que anunciaba el verano. A la casa de la de la abuela, que quedaba a pocos metros de la mía, situada en una esquina rodeada de rejas verdes y dónde las enredaderas trepan por los muros, olvidando el color inicial de las paredes de la fachada.
Allí, ya en su interior espacioso y antiguo, lleno de polvo en suspención, que indiferente va cubriendo estanterías, espejos y muebles tapados con gruesas telas, empecé mi recorrido de siempre la entrada por el zaguán, luego el living, los cuatro dormitorios y avanzando por un sombrío pasillo una escala que lleva a un altillo cerrado con un candado. Muchas veces, por la prisa o el desgano, volvía mis pasos y lo dejaba para después. Esta vez decidida, abriendo la pesada puerta de roble entré.
Me he preguntado muchas veces por el destino de esta casa muda testigo de su historia entre óxidos y olvidos...
Y en otras generaciones también pasadas, hoy en mi poder, dejada en herencia y la cuál visito rutinariamente para comprobar que todo sigue en orden.
La casa de la abuela con su perfume de antaño aún vibrando en el aire, se aprisionan múltiples vivencias. Los retratos colgados,en las desteñidas paredes de papel floreado parecen mirar con ojos inquisidores mis tímidos pasos atemorizados que avanzan presurosos en un ambiente cargado de soledad.Contemplo los pesados cortinajes murmurando su letanía en sus propios pliegues y melancólicas telas de araña balanceando sus hilos de plata por los húmedos rincones.
Avanzo rápida para inventariar algunos muebles que apilados desde sus rincones duermen
su letargo eterno. Por ahí semi oculto por cajas de cartón y artefactos rotos, aparece un viejo baúl de caoba con las visagras mohosas apenas cerrado ya que con tantas cosas a medio salir de su interior le impiden cerrarse completamente dejando un halo de luz en su cavidad.
Escarbando, su numeroso contenido de recuerdos que dormitan con el tiempo y entre trajes de seda encajes; sombreros; bolsitas con naftalina llego al fondo sintiendo aferradas a mis manos un cuerpo de muñeca. Una muñeca de trapo, que cautiva en su interior luchaba por salir a la superficie.
La mirada de sus ojos redondos, claros se posan en los míos y al verla sucia desgreñada con un zapato menos y en el desorden de sus bucles de oro, una cinta a medio amarrar, ahí mi corazón se detuvo en el tiempo. La Pepa, mi muñeca primera, la ilusión de mis cinco años en las manos de mi abuela, primorosa ella, con su vestido rosado y las cintas que colgaban graciosamente de su cabello y en el ruedo de su vestido de percal.
Muda compañera de tantas historias compartidas, la que aceptaba en silencio mis arrebatos de mal genio y en mis noches ya de adolescente fiel testigo de mi llanto sofocado apretada a mi almohada confidente de mis desencuentros amorosos.
O, cuando en las tardes frías de invierno su cuerpo suave de trapo se acurrucaba junto al mío
en un tierno abrazo compartido.
Ahora después de tantos años, su mirada complice parece decirme "Si soy yo...estoy aquí....te estaba esperando..."
La pepa sin ser hermosa era la mas bella, pasó largo tiempo ocupando un sitial preferencial en mi dormitorio.
Con los años fué desplazándose a otros lugares mas ocultos sobre todo cuando mis amigas con sus
chácharas juveniles llenaban de risas mi cuarto.
La pepa que en el día previo, a mi matrimonio se insinuó suplicante entre las cosas que preparaba para llevar en mi maleta y en un acto inexplicable de soberbia, sentí el impulso de tirarla a la basura como un patético deshecho, algo detuvo mi mano y quedóse quieta perdida en el olvido.
Pasaron los años con la premura que tiene el tiempo en los ojos y en la risa, que finamente también terminan por correr veloces. Nunca mas la ví, olvidé su existencia que nutrió tantas horas y momentos de mi vida.
Hasta hoy en el baúl de la abuela, lentamente y acunándola en mis brazos, murmuré una callada súplica de perdón, por mis desmanes, el olvido y el desamor.
Y entonces en sus ojitos dibujados de azul profundo, brilló la luna.
Y una sonrisa de gratitud cansada, bailó en su boca, una mágica, constelación de estrellas.....



Margarita Parada Palma.
(D/R)

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