jueves, 18 de junio de 2009

La muñeca de trapo


Una mañana calurosa cuando el ambiente sofoca, la humedad adhiere la tela delgada del vestido a la piel sudorosa, que ni los ventiladores encendidos logran aplacar. Me encaminé lenta, respirando con dificultad el aire caliente, que anunciaba el verano. A la casa de la de la abuela, a pocos metros de mi casa, situada en una esquina rodeada de rejas verdes y dónde las enredaderas trepan por los muros, olvidando el color inicial de las paredes de la fachada. Allí, ya en su interior espacioso y antiguo, lleno de polvo en suspención, que indiferente va cubriendo estanterías, espejos y muebles tapados con gruesas telas, empezé mi recorrido de siempre. La entrada por el zaguan, luego el living los cuatro dormitorios y avanzando por un sombrío pasillo, una escala que lleva a un altillo cerrado con un candado. Muchas veces, por la prisa o el desgano, volvía mis pasos y lo dejaba para después, esta vez decidida abriendo la pesada puerta de roble, entré. Me he preguntado muchas veces por el destino de esta casa muda, testigo de su historia y otras generaciones también pasadas, hoy en mi poder, dejada en herencia y la cual visito rutinariamente para comprobar que todo sigue en orden. La casa de la abuela con su perfume de antaño aún vibrando, el aire aprisiona múltiples vivencias dónde los retratos colgados, en las desteñidas paredes de papel floreado, parecen mirar con ojos inquisidores, mis tímidos pasos atemorizados que avanzan presurosos en un ambiente cargado de soledad. Contemplo los pesados cortinajes murmurando su letanía con sus propios pliegues y melancólicas telas de araña, balancean sus hilos de plata por los húmedos rincones. Avanzo rápida para inventariar algunos muebles que apilados desde sus rincones duermen su letargo eterno, por ahí, semi oculto por cajas de cartón y artefactos rotos, aparece un viejo baúl de caoba con las visagras mohosas, apenas cerrado ya que con tantas cosas a medio salir de su interior, le impiden cerrarse completamente dejando un halo de luz en su cavidad. Escarbando su numeroso contenido de recuerdos que dormitan con el tiempo y entre trajes de seda encajes, sombreros, bolsitas con naftalina, llego al fondo sintiendo aferrándose a mis manos un cuerpo de muñeca...una muñeca de trapo, que cautiva en su interior luchaba por salir a la superficie. La mirada de sus ojos redondos, claros se posan en los míos, al verla sucia desgreñada, con un zapato menos y en el desorden de sus bucles de oro, una cinta a medio amarrar, ahí, mi corazón detuvo el tiempo.
La Pepa...mi muñeca primera, la ilusión de mis cinco años en las manos de mi abuela, primorosa ella, con su vestido rosado y las cintas que colgaban graciosamente de su cabello en el ruedo de su vestido de percal. Muda compañera de tantas historias compartidas, la que aceptaba en silencio mis arrebatos de mal genio y en mis noches ya de adolescente, fiel testigo de mi llanto sofocad, apretada a mi almohada, confidente de mis desencuentros amorosos. O, cuando en las tardes frías de invierno, su cuerpo suave de trapo se acurrucaba junto al mío en un tierno abrazo compartido. Ahora después de tantos años, su mirada complice parece decirme "Si soy yo...estoy aquí....te estaba esperando...". La pepa, sin ser hermosa, era la mas bella, pasó largo tiempo ocupando un sitial preferencial en mi dormitorio, con los años fué desplazándose a otros lugares mas ocultos, sobre todo cuando mis amigas con sus chácharas juveniles, llenaban de risas mi cuarto. La pepa que en el día previo, a mi matrimonio, se insinuó suplicante entre las cosas que preparaba para llevar en mi maleta, que en un acto inexplicable de soberbia, sentí el impulso de tirarla a la basura como un patético deshecho, algo detuvo mi mano y quedóse quieta y perdida en el olvido. Pasaron los años con la premura que tiene el tiempo en los ojos y en la risa, que finamente también, terminan por correr veloces. Nunca mas la ví, olvidé su existencia que nutrió tantas horas de mi vida. Hasta hoy, en el baúl de la abuela, lentamente y acunándola en mis brazos, murmuré una callada súplica de perdón por mis desmanes, por el olvido y el desamor. Y entonces en sus ojitos dibujados de azul profundo, brilló la luna y una sonrisa de gratitud cansada, bailó en su boca en una mágica constelación de estrellas.



Cuento de: Margarita Parada Palma

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo intentaré de nuevo

Anónimo dijo...

HOLA LUIS AQUÍ ESTOY NUEVAMENTE....

Anónimo dijo...

PARECE SER QUE AHORA ESTOY APRENDIENDO.

Anónimo dijo...

SOLO QUE CADA VEZ QUE HAGO UN COMENTARIO,TENGO QUE VERIFICAR LA PALABRA :(

Luis Enrique dijo...

Viste? lo estás logrando, poco a poco y llegas. Si, la verificación de la palabra forma parte de la seguridad ya que entra mucho "spam", el espam es el que deja propaganda. Deja tu nombre al final del comentario para saber que eres tú.